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miércoles, 12 de octubre de 2011

La mancha; historia. Las reliquias de la pesadilla.

Os digo que hoy vi su cara en el espejo, antes de romperlo. Una mujer, sólo tenía un ojo descubierto, azul, con un brillo infernal, pensé que era el demonio.

Vale, yo intento explicarlo una vez más, para que se enteren estos doctores tan simpáticos, pero es la última, que ya estoy harta. Y no gano nada con eso, que la mancha no se va a ir porque yo la ande explicando. Es una mancha adiposa, de algo negro muy denso, como alquitrán. Galipote, decían en las playas, cuando mi hermano Juan y yo poníamos el pié sobre algo negro como mi sueño, feo y viscoso como el petróleo, y que sólo salía con aguarrás y mucho frotar. Pero mi mancha lo ennegrece todo a su paso y no sale con nada. Es eso, así de simple. El galipote flota sobre algo más fluido, algo que le da la fuerza para arrastrarse lentamente e ir ocupándolo todo. Sí, la mancha se va extendiendo por todo, llenando todos los espacios.

Yo veo un cuadrado, en mi mente, como si fuese un catalejo con esa forma. Cuando la mancha barre todo, el catalejo se mueve para mostrarme más espacio libre, una superficie parda, oscura, por donde la mancha seguirá avanzando. Eso es todo. El poder de la mancha consiste en convencerme que siempre va a encontrar más espacios para manchar. Yo, que lo estoy pensando, sé que el galipote es sólo en mi mente, que mi mente es galipote, y sin embargo no consigo sacarlo de allí, ni irme para otro sitio donde no haya mancha, lo que es la mejor demostración de que la mancha debe ser tomada muy en serio.

También urge considerar, llegados aquí, que la mancha se extiende porque yo no hago nada, porque yo no puedo hacer nada. Díganme si no, sería tan fácil dar un manotazo y mandar la mancha lejos, ¿verdad? Pero la cuestión es que no puedo. Si todo fuese mancha, tal vez fuese mejor, por lo menos las cosas no podrían ponerse aún más negras. Pero el catalejo se mueve y por eso siempre hay una parte, una esquina, un resquicio sin manchar, un espacio-algo gris que no es mancha, y eso también me inquieta, porque sé que esa parte de mi mente también va a ser ocupada por la mancha, y yo no puedo hacer nada para evitarlo.

Mentira, sí puedo. Puedo despertarme. Pero ni es eso es tan fácil como algunos se piensan, ni nada me garantiza que despertarme va a acabar con la mancha. ¿O es que os creéis que no lo he intentado ya? Lo sé porque a veces he pensado “voy a despertarme pero ya”, y me he despertado, y me he sentado en la cama, he encendido la luz, y el galipote se ha ido, pero no penséis que eso lo hace más fácil, porque ahí, fuera de la mancha, en medio de la noche cuando todos respiran con esa insultante facilidad, ahí es cuando empiezo a pensar en lo frágil que es mi psique, en realidad. Sí, es así que lo pienso, en realidad, ahí bajo una luz cegadora que es la única que consiguió asustar a la mancha, empiezo yo a pensar lo frágil que soy, que equivale a decir lo poco que me falta para volverme completamente loco, para que la mancha me ocupe totalmente y para siempre. Y ese pensamiento, en realidad, es bien peor que la mancha, porque define una región de locura, porque generaliza y coloca en perspectiva una cosa que hasta ahora era concreta y relativamente pequeña, una manchita de nada que se expande y ya está. Saber que ella va a regresar a mi mente, y que no puedo hacer nada para ahuyentarla, es mucho peor que verla extenderse por todo.

La mancha es mi desasosiego, si pudiese la mataría, la lavaría, la arrancaría, pero no puedo. Si apenas pudiese alterarle el color o la forma o la velocidad, pero no, es negra como la pez y se mueve como y para donde quiere. Basta que yo intente llevarla para una esquina para que ella se detenga y comience a ir para otro lado. La mancha está dentro de mí pero no soy yo. Hija de puta.

Ayer me puse a leer cosas en internet, para no tener que regresar a la cama y a la mancha. Descubrí por qué los viejos de Torrevieja llamaban así al galipote de las playas. En la mitología francesa, el galipote es una bestia negra, un monstruo o diablo cruel y violento, capaz de adoptar cualquier forma animal. Por lo visto, al galipote le gusta emboscar a los caminantes nocturnos, confundiéndoles los caminos y aterrorizándolos en las zonas oscuras. Vaya. Qué coincidencia. O metiéndose en sus sueños, monstruo viscoso. Me siento como una cucaracha sorprendida en medio de la noche, ya sin posible escapatoria, pateando convulsa, volteada, ante una fuerza que ni llega a comprender, pero que intuye letal.

A veces, bajo la luz salvadora del baño, pongo agua fría sobre mi frente, aspiro el olor de mi aftershave, para intentar distraer mis sentidos, desplazar la maldita mancha de mi mente, intentando llenarla con otras cosas concretas. Dirán que qué estrategia tan pobre, pero funcionó durante un tiempo.

Pero ya no volveré a refrescarme al cuarto de baño, ni loco. Bueno, loco igual ya me da todo lo mismo. Pero ahora no, no vale la pena, es peor. Anoche estaba sentado en el váter, sujetando el frasco de aftershave, dejando sus vapores ariscos y vulgares inundar mi pituitaria y mi cerebro. En mi pensamiento, encontraba un raro momento de alivio, una isla de sosiego. Pensaba “si tengo mi aftershave cerca, la mancha no podrá nada contra mí”. Lo pensaba y lo sentía. Todo lo que necesitaba, llegué a pensar, era un surtido de frasquitos de aftershave que me permitiese la tranquilidad de pensar que siempre tendría un frasco lleno cuando lo necesitase, y otro de reserva. Eso y una ventana para poder abrir y sentir el aire y ver la calle vacía de madrugada. Eso pensaba cuando de repente abrí los ojos y allí estaba la mancha, que comenzaba lentamente a descender por el espejo del baño. Abrí bien los ojos, me pellizqué los muslos.

Era claramente el galipote que me visitaba en mi vigilia también. No había duda. La mancha comenzó a ocultar mi aterrorizado reflejo en el espejo. Entonces la vi a ella, a la galipota del ojo azul, un segundo. Lancé el frasco contra mi imagen y la de ella, destruyéndonos, cortándome, despertando a mi familia y a los vecinos.

Ya sabéis que una cosa que siempre he detestado es incomodar. Os pido perdón a todos por todas estas molestias. Os agradezco tanto por haberme traído aquí. No os preocupéis más por mí. Aquí me pondré bien, ya veréis. Ahora, por favor pedid a los doctores que me den algo ya, algo que me haga dormir sin sueños, y que quiten por favor todos los espejos del cuarto de baño, y que dejen mi ventana abierta por la noche, siempre. Estoy cansada, no sé si aguanto más. Si la mancha regresa esta noche, voy a tener que tomar una decisión de una vez por todas. Me cago en su sombra, maldita galipota.


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